Todos vamos a morir, aunque sea una vez. Tal vez la muerte es una ilusión, quizás no tenga entidad real, pero de la certeza de su presencia nace esa pregunta incómoda, agridulce: el sentido. Ese bien tan preciado que se bifurca por espacios inalcanzables.
Todo el tiempo estamos al borde de preguntas eternas y diagramamos como podemos, atisbos de sentido. Las continuas y variadísimas drogas que vende el sistema, ambiciones, espejismos, siempre promesas de ser a través del tener.
Las múltiples puertas de un acertijo que se acerca y se aleja casi al mismo tiempo. Y de nuevo la ilusión, el palacio permeable del deseo material, la aburrida ostentación, que a veces invade la vida cotidiana con sus razones que no convencen.
En el devenir del sentido y del sin sentido, el silencio alguna vez estalla en la mente, descubre los senderos del precipicio y del equilibrio, a duras penas talla la palabra amorosa hacia el otro. Y hacia si mismo.
Todo el tiempo estamos al borde de la mente, que incansable, martillea sus razones para guiar el sentido. ¿Cuántos ruidos de cada día, cuantas partecitas de nosotros, cuantas ilusiones, tendremos que dejar morir, para ser?
No hay cuerdo. Hay encuadernación, de los poderosos, que no le alcanza el placer del olor a excremento en sus baños de mármoles azules. Ellos quieren todo, incluida la energía de quienes sueñan con un baño de mármoles azules para ser.
El poder insaciable. Se puede fumigar soja a diez metros del aliento de los otros. Las barras son la piel, creen que todos tenemos precio. ¿Existe la palabra sanadora?, ¿el silencio posible que armonice el caos?
El bienestar es ibuprofeno y la dieta de las estrellas, el Borda, el Madrid y el ahorro que es la base de la fortuna.
Viejos líderes, monarcas indecentes de sangre putrefacta, pululan impunes, queriendo dar sentido.
Europa admirada, construida sobre millones de cadaveres. Diez días de duelo para la reina putrefacta, que nos venden como perfecta, tenida de sangre en todos los resquicios de su belleza mentirosa.
La Guerra. Los barones del norte con caras de nabo, cerebros del tamaño de una almendra, con sus borceguíes prestos a pisotear corazones. Zelenski, Putin, Baiden, Macron y el nuevo reparto del mundo.
Los poderosos han descubierto el refuerzo positivo: provocar el comportamiento deseado sin resentimientos ni rebeldía. La idea es creer y no pensar.
Pelear una guerra absurda, estúpida. Ucrania, Palestina, Yemen o donde sea. Todos, todas, son un número insignificante y la única promesa de los putrefactos es una tumba digna.
La verdad existe en nuestro interior. Pero alguien interpreta, es el ordenador, el que sabe.
Todo hace ruido, pero dicen que reina el silencio.
Al estilo de pastores y curas, el club de los poderosos, los amos de la nada, intentan hacer que la gente haga, piense, coma, beba, lo que ellos disponen. Y prometen sin descanso el paraíso. El sentido. El propósito.
Muchos quedaran fuera de todo. ¿Hace frio afuera? ¿Estamos llegando? La promesa es solo ilusión. Los putrefactos se están disputando el mundo.
Inteligencia artificial, alimentos transgénicos, dinero virtual, nanotecnología, ciber seguridad, robótica, biotecnología, geofísica, gobierno mundial, prensa mundial, medicinas que no curan, guerras de exterminio, deudas impagables, barras en el cerebro, fluoruros en el agua potable.
¿Qué quieren?
Nadie más esparcirá amor en los corazones. Quien lo haga, será perseguido. Solo dinero virtual, drogas sintéticas, clubes de compras para llenar el corazón. Ellos dicen que el sentido, el ser, no te pertenece. Eso ya viene envuelto en celofán.
Ser o tener. Realidad o ilusión. Sentido o sin sentido. La batalla tal vez sea reconstruirse en el silencio.
Pertenecer a la ilusión de un mundo pensado por los supremos es renunciar al reino de una tierra justa, a la posible palabra sanadora, al digno silencio posible que abre la puerta del acertijo, de la luz, de la dignidad.
¿Cuantos días de cada día, tendremos que mirar a estos monarcas indignos?, como adivinar cuando vendrá otra estocada fatal, otra guerra letal, aunque sea para cubrirnos de la sorpresa que agobia?
Algo nos queda, a los buenos de corazón, a los que creemos en Dios sin necesidad de altares, a los que amamos a nuestro semejante sin necesidad de tener sotanas, ni discursos aduladores, mentirosos. Algo nos queda, tal vez mucho, en los días cotidianos de cada paso que demos, junto a los más cercanos.
Nos queda mirar el futuro, el sentido, día tras día, trabajar el dia siguiente y el otro que viene, y el tercero y el cuarto, recordando todo aquello que está aconteciendo y pertenece a las densas tinieblas, para cambiarlo, para vestir de luz nuestro interior y los pasos de los que vendrán.