Dana Batista, habitante del Delta de Paraná, artista del conurbano norte bonaerense, hoy vive en Rosario. Fue una de las gestoras de la remada que hicieron más de 50 kayakistas desde Rosario hasta Tigre. Fueron 7 días de travesía por el río Paraná para que se trate en el Congreso el Proyecto de Ley de Humedales.
Crónica: Dana Batista
Fotografías: Carlos Salazar
Empiezo a achicar todo el llanto que filtró mi cuerpo, que en estas horas arde en erupciones urticantes, en su último intento fiel de contener la inagotable marea de poesía que brota dentro de mí. Porque el río y su universo se me fue ofrecido en una amplitud de visiones fantasmagóricas e inverosímiles, durante un puñado de días en que yo, mujer, lo penetré con mi piragua. Este viaje no tiene que ver en absoluto con flotar, con el dirigir, la fuerza, la valentía o el estúpido concepto del poder del hombre sobre la naturaleza. Nosotrxs penetramos el abismo de la vida, con la dulzura de la madre primeriza, con la mano gentil de la tierra, poniendo un intento sobre otro, sobre el otro, hasta la costa y la noche, siguiendo la mansa amplitud de la corriente.
Planeta Tierra, agosto de 2021. 31 días después del Inti Raymi. 3 días después de iniciado el periodo de la luna nueva. 52 kayakistas, 428 organizaciones sociales, 67 voluntaries, 15 kg de arroz.
¿Cuántas zapatillas?, ¿cuántas horas de sueño?, ¿cuántos litros de mate?, ¿cuánto monte arrasado?, ¿cuánto country inaugurado?, ¿cómo cuantificar, dentro de este caos, cada uno de los factores involucrados en esta emergencia? No hay tiempo para detalles, alguien dijo: ¡Vayamos remando a exigirles! Alguien dijo: Yo te sigo. Y otrx, y allá: Yo pongo el tráiler, yo compro yerba, yo te invito, compañerx.
Partimos un día muy frío, helado y escarchado, con el sol y la música, los sahúmos, los rezos, todo pronto y embalado. ¡A las aguas! A ver: murallas y, del otro lado, la orilla comerciada de los paradores o la costa herida de bajante derrumbada, y los alisos, siempre felices en su pequeñez, ondulando al viento su silencio natal. A ver: las felices casas palafíticas, riéndole al confort con cancioncitas sencillas, a ver a los dos lados, y adelante y atrás, otro botecito y una pala que como gaviota iba besando el río que reía también encosquillado.
Llegamos a dar la noticia, con hambre de comer y descansar, a Pueblo Esther, y seguimos, muy pronto, camino a Villa Constitución. Pueblo luchero y perseverante, pueblo pescador, y buena gente. Vimos la tarde, aliviando el día, vimos el humo en el asador, volé hacia las mariposas chispeantes de la parrilla y busqué la asamblea. Pim pum pam, todxs de acuerdo. Vamos a navegar este río y va a doler, va a ser duro, estamos juntxs remando. Vamos con fe de llegar. ¡Lleguemos!
Por tierra: un ballet de manos shaolin que no perdían de vista nada, nadie, nunca: Equipo tierra. Por agua, las voluntades y su seguridad: siete coordinadorxs, dos médicos en kayak, dos médicos en lancha, una lancha de Prefectura, un catamarán eléctrico. Y, también, lxs vecinxs que esperaban en la costa, las lanchas que acompañaban el viaje y todos esos biguaes, golondrinas, pececitos, las olas silbando y sus sirenas.
Amaneciendo y entrando en calor, junto con el sol, la niebla y las bandadas de golondrinas cabeza negra, allá en la costa, tras un sembradío de banderas, se oían los cantitos compañeros, y un horizonte reducido a la popa de dos o tres kayaks cercanos, mirando desde adentro con los oídos, hacia el siguiente destino, que incluía amanecer de niebla, mañana de sol y puerto, almuerzo con Prefectura, una simbólica representación del bloqueo en vuelta de obligado, y más allá la fervorosa voluntad de que nos oigan.
Le metimos palada hasta la tarde, cada día el mismo devenir: una parada técnica regaba de yerba la costa, habilitaba la fruta compartida, un chocolate, un sorbito de coñac, para dar aliento hasta las próximas horas que nos entregaban el siguiente descanso.
Cada arribo verborrágico de palabras preñadas de coraje, ¡y vamos que ya llegamos! ¡Vamos que nos esperan! ¡Otra más que ya casi! Entonces se oían esas voces, allá en la costa, y la bandera de seis metros, agitándose y envolviendo la tarde en el abrazo vital de las comunidades ribereñas, que con su humilde dulzura, como si fuéramos santos peregrinos, nos llenaba las manos de alimento y el corazón de esperanza.
Hubo tantos gestos inauditos, silenciosos, íntima empatía general. Hubo un sentir de tropilla, anfibia y litoraleña, que estallaba en un coro gigante de sapucays; el sapucay que resumía en un relato gutural la fiebre de amor por el río, el Delta y la hermandad.
Fueron siete días que remamos juntxs. A una velocidad de 5 a 8 km por hora.
Fueron 350 kilómetros de testimonio que hoy podemos ofrendar y referir, para dar cuenta de este tiempo abismal y peligroso que nos moviliza. Íbamos remando hacia el Congreso de la Nación, aunque remamos mucho más hacia la orilla compañera, de los pueblos de la costa, que cada cual en su sitio pone manos, inteligencia y corazón, para aportar algún límite en la atroz violación del territorio que está ocurriendo año tras año, minuto a minuto, en el Delta y alrededores del río Paraná.
Lamentablemente, no sabíamos antes de todo, que tan abrumadoramente apocalíptico iba a resultarnos el paisaje que llevábamos romantizados en el espíritu y que abrió una grieta de horror y desesperanzas entre nuestras voces.
Quisiera poder dar algunos números, pero los números aíslan y dividen, por un lado todos esos kilómetros y kilómetros (horas de remo) en los que el paisaje estaba compuesto por dos o tres columnas de humo, un terraplén infinito, sobre la costa, cada un kilómetro o menos, un ranchito palafítico, y alrededor: sequía, pueblos olvidados, ya sin escuela ni hospital, y en cada casa entre unos veinte a treinta tanques de agrotóxicos –tanques, no bidones– y esos mismos tanques, ya vacíos, reutilizados en amarras flotantes, asiento, mesa, techo, almacenando agua, y hasta algunas casas construidas con el material de los tanques, que aún preservaban sus etiquetas. Y el fuego siempre, con humo, y del otro lado los caranchos flotando como una tromba sobre un arroyo seco. El pasto creciendo sobre el limo del río, producto de la indetenible marea de fertilizantes y agroquímicos que regaban sobre la tierra, las familias isleñas abandonadas a su suerte, bajo la promesa idiota del progreso que nadie entiende del todo, pero convence.
Vimos en el viaje, compañeros del río, buques y transatlánticos con bandera china, sobre todo, llevando granos, hierro, arena. Vimos un remolque con forma de ballena, un techo rugoso y cerrado, donde dos operarios hacían maniobras –debía medir más de 100 metros–, alguien atinó a preguntar: ¿Qué llevan?, ¿qué llevan ahí?
– Fertilizante…
La bajamar profundísima del río Paraná nos desplegaba un horizonte lánguido, debilitado, que eclipsaba toda la poderosa presencia del río que supimos conocer.
Más allá de San Nicolás, las industrias del metal y el humo sin fin, humo, vapor y el río rojo. En un tramo de los desagües el río puede ponerse tan caliente que amenaza con fundir los botes, –nos alerta el travesista experimentado–, tan caliente que no puede uno pararse ahí ni un minuto. Lo vimos: Somisa, Siderca, Acindar, todas las que no conozco pero ahí están, y el único sitio posible para detenerse a almorzar es una roca ganada a la bajante, con barro negro-gris, y un rugido desagradable de máquinas, golpes y abuso de poder.
Fue tan duro pasar por este tramo, que faltando una hora para llegar estábamos abatidos. Entonces nació la radio flotante en la lancha de apoyo de “Yayo” (astrónomo y entrerriano) y empezamos a pasar por el megáfono los saludos de audio que mandaron lxs vecinxs a nuestra radio comunitaria (FM el ceibal). La travesía se animó, cantamos, íbamos llegando al puerto de Zarate: más máquinas, puerto, un edificio abandonado y bombardeado por el bullying del tiempo, boyas de barcos hundidos, hierros quebrados y oxidados. Íbamos hacia allá sin fuerzas, un paisaje desolador, post-apocalíptico. Alguien de la lancha aporta el tema “Paint it black” para cerrar la postal del momento, las pibas y los pibes meten pala y sacuden sus remos alegres, con valentía ante el asombro del paisaje; y allá una lancha, otra y otra y otra, banderas argentinas, banderas de Basta de quemas, gente familia y compañera recibiéndonos. Un buque gigante nos hace el chiste con su nombre en letras blancas: AMOR.
Esa noche ya éramos más de 80 voluntades por agua y tierra metiéndole fichas a la ley de humedales, cantando por la ley de humedales, conversando que seguro que sí, allá en el Congreso ya nos esperan, ya están hablando de esto y lo vamos a lograr.
En los últimos días de travesía el paisaje fue mutando y de las barrancas de arena y ceibo llegamos a los albardones musgosos y las botellas plásticas. Llegamos a los clubes de remo y a las lanchas colectivas y más buques, muchísimos, y dragas, chatas, vacas enjauladas sobre la cubierta, más buques tan altos que parecían estadios de fútbol flotantes, cruzando el puente Zarate – Brazo Largo. Personalmente, reconozco que sentí por primera vez el miedo. Pude referirme a las dimensiones del puente que crucé por arriba muchas veces y ahora estábamos acariciando sus espineles en esas diminutas cabinas navegantes, viéndonos flotar, casi por accidente, ante la megalómana imponencia del puente, sus camiones, sus buques y su pueblo viviente.
Ya aproximábamos nuestro límite físico, aumentábamos nuestro caudal de entusiasmo, ya éramos todxs hermanxs remando la defensa del humedal que habíamos estado atestiguando, ya la palabra “amigx” se repetía como el croar de las ranas que esperan la lluvia. Y fuimos siendo el río, ondulando entre las caras nuevas, gritando juntxs la canción que a los cálculos del grupo eran como 28.000 repeticiones del Olé olé olé olá, ley de humedales queremos ya, ¡y que a las islas se las deje de quemar!
Amaneciendo al último día, nos quisimos besar con el tiempo y bailamos calentando el cuerpo, siguiendo los ejercicios que el médico guiaba. Fuimos a recorrer las aguas bajas del Bajo Delta, hasta el Dique Luján y más allá, en el último momento de encarar la llegada, salió con toda la potencia, que era lo único que teníamos a mano, la caravana activista de kayaks. Ya éramos muches, incontables, botes y lanchas y remos y canciones. Las amigas Brisa y Anita se arrimaron. Brisa dijo: “Nos enteramos que venían escoltados solo por Prefectura y dijimos: «Esto no puede ser»”. Le pedimos a las cantoras el aliento que ya escaseaba y sobre nuestros remos se oyó tan dulce la canción de Chacho Muller, luego otra y otra, hasta que “El jangadero” y “El cosechero” nos convirtieron en un coro de emociones cantoras, y allá el bote de Martín con su bandera, con su compañera flotando en el aire, y toda la inspiración que para nosotres es sentir la presencia de lxs ancestrxs que en su tiempo afloraron para sembrarnos en su ejemplo.
Finalmente, a las 17 horas del martes llegamos a Tigre, la costa plagada de banderas, gritos y el canto unísono, una ronda inagotable de abrazos, de llanto, un llanto común y general, porque ahí estábamos todes, sin desacuerdos, dando lo mejor que teníamos, para que se oiga y se sepa que ya no hay más tiempo, que ya no hay mas perdón, que es urgente la urgencia de nuestras vidas por subsistir ante el veneno y la violencia extractivista internacional y la connivencia nacional.
Al día siguiente, despedidas y fogón de la víspera y, luego de dormir, marchamos. Estuvimos ahí, presentes con todes, brazos y abrazos por la ley de humedales.
En nuestra pena se instaló el silencio de los legisladores ausentes. Dueños de la fuerza industrial que se bebe estas aguas dulces y las devuelve agrias, negras y exhaustas. En nuestra pena se quedó la fiebre, el dolor, el frío. La abrumadora negativa de los otros seres vivos que forman parte de este mundo y con quienes compartimos especie, pero nos quedan lejos de la manada.
Yo lo escribo como puedo, con lo que voy pudiendo decir. Sobre todo me apena no poder decir todo el universo de elementos que se involucran en este asunto. Dentro de los límites de mi kayak poético, con la fuerza que mi salud me permite, les dejo estas imágenes y mi relato navegante, para que de este vuelen muchos más relatos que nos traigan el paisaje del río nuevamente. Y de la cara sonriente del sol, que todavía ni se entera, que aquí estamos pereciendo aún, ante toda la energía que nos envía su luz.
Aquí los remos lucheros nuestros y el corazón que todavía late esperan que lleguen voces, que lleguen todas las voces que durante este camino se oyeron, se levantaron y fueron amarra para descansar el grito propio, en una marea de voces.
¿Querés leer el Proyecto de Ley de Humedales o activar y apoyar para que salga la ley?
Leer el Proyecto de ley de humedales
Leer el Petitorio por la ley de Humedales.
Como podés ver en el Petitorio, el Proyecto de ley de humedales en pocos meses puede quedar en la nada. Si la Cámara de Diputados no vota este año la Ley de Humedales, va a perder estado parlamentario. Una vez más: en 2013 y 2016 una Ley de Humedales tuvo media sanción del Senado pero no de Diputados. Si no se trata antes de noviembre —cuando cierra el año legislativo—, se cae y tiene que volver ser presentado y tratado por Senadores y Diputados. Para que no vuelva a pasar, se necesita un Plenario de comisiones que trate el proyecto, que se apruebe y quede listo para ser votado por los diputados antes del cierre del año legislativo de 2021.
¿Firmás? Un Millón de Firmas por la Ley de Humedales
La travesía por los humedales fue impulsada La Multisectorial de Humedales