En el séptimo concierto del Festival Argerich en el Teatro Colón de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Nelson Goerner brilló en la Rapsodia sobre un tema de Paganini de Rachmaninoff, mientras que Vasily Petrenko destacó en la Sinfonía Alpina de Richard Strauss. Sin embargo, algunas reacciones del público generaron incomodidad durante las interpretaciones.
La Rapsodia sobre un tema de Paganini, Op. 43 de Sergei Rachmaninoff abrió la noche con el virtuosismo de Nelson Goerner al piano y la destacada dirección del maestro Vasily Petrenko. La obra, considerada una de las creaciones más aclamadas y exigentes del compositor ruso, fue interpretada magistralmente por Goerner, quien plasmó su visión con seguridad en cada variación, logrando convencer al público de su enfoque.
El pianista argentino enriqueció cada una de las 24 variaciones con un sinfín de matices, resaltando el vasto nivel de exploración pianística de la obra. Rachmaninoff, a través de esta compleja composición, combinó elementos románticos con aspectos de modernidad en la armonía, la estructura y la expresividad.
El cuidado de Goerner en la proyección de las dualidades de la pieza se hizo evidente, brindando igual atención tanto a los pasajes virtuosos y técnicamente exigentes como a las secciones líricas. El diálogo entre el piano y la orquesta en la variación No. XVIII resultó especialmente destacado.
Antes de retirarse del escenario, Goerner ofreció el Nocturno No. 20 de Chopin con un fraseo excepcional y un sutil rubato. Sin embargo, un prematuro grito de “¡Bravo!” interrumpió la interpretación, arrebatando un momento de belleza único.
La segunda parte del concierto estuvo dedicada a la Sinfonía Alpina de Richard Strauss. Con una amplia instrumentación que incluyó una variedad de instrumentos de percusión, dos arpas, celesta y órgano, entre otros, la obra narra eventos y experiencias que transcurren a lo largo de un día en los Alpes.
Vasily Petrenko, encomiable en su dirección, guió al público y a la orquesta a través de este poema sinfónico con una dedicación meticulosa a los detalles. El director aseguró que el desarrollo de la obra mantuviera su cohesión, evocando de manera profunda la naturaleza a través de los leitmotivs y los efectos especiales interpretados con precisión.
No obstante, al igual que en el primer concierto, el público interrumpió el final de la Sinfonía Alpina con aplausos prematuros, desluciendo el trabajo de Petrenko. El director mantuvo sus brazos en alto, esperando pacientemente que cesaran los aplausos inoportunos antes de dar por concluida su enorme labor.
Por Visión Porteña
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