Hay un gran desconocimiento y errores de concepto sobre los alimentos transgénicos. Vamos a intentar aclarar algunos conceptos e ideas sobre este tema fundamental.
Un transgénico es un animal o una planta cuyo código genético ha sido modificado artificialmente en un laboratorio introduciendo uno o más genes de otra especie. Esta otra especie no necesariamente es del mismo reino.
Es decir, a una planta se le añaden genes de una bacteria, virus, o insecto… Así se obtienen unas características que mediante cruces naturales no podrían obtenerse. Por ejemplo, una planta resistente a un herbicida o a una enfermedad determinada, un animal que crece y da carne más rápido, una vaca que produce más leche…
¿Es peligrosa la transgénesis per se para el consumo humano?
Los genes interaccionan entre sí de modo impredecible y una de las maneras de provocar la transgénesis es disparar los nuevos genes con una pistola de genes que los introduce en el genoma al azar. Un nuevo gen introducido en el genoma genera que su portador cree una proteína nueva que antes no tenía.
Al comernos la planta o animal transgénico ingerimos esa nueva proteína. No se sabe qué consecuencias puede tener en la salud esa manipulación. Puede causar alergias, disminución de la fertilidad e incluso tumores. Ensayos de laboratorio han indicado que puede pasar y de hecho, pasa. Pero Monsanto, el gigante de los transgénicos, con el respaldo del Gobierno de EE UU, obstaculiza y oculta todas las investigaciones que puedan demostrar ese riesgo, en una implacable y cruenta guerra contra la ciencia, como ya han denunciado algunos científicos.
La transgénesis es la máxima expresión de un modelo agrícola muy peligroso que engloba todos los organismos modificados genéticamente, que en su concepto más amplio incluye a aquellos modificados por selección artificial. Así se seleccionan a través de sucesivos cultivos las plantas deseadas, obteniéndose semillas híbridas en las que el gen dominante contiene características deseables para el agricultor, resistencia a enfermedades, mayor producción, adaptación climática…
El origen de la transgénesis es la llamada revolución verde que hubo de 1940 a 1970 en Estados Unidos que utilizó variedades mejoradas de maíz, trigo y otros granos, cultivando una sola especie en un terreno (monocultivo), utilizando grandes cantidades de agua, fertilizantes y plaguicidas. Con esos procedimientos, la producción agrícola aumentó de dos a cinco veces más que con las técnicas tradicionales de cultivo.
Los partidarios de esa agricultura dicen que es imprescindible para alimentar a la creciente población mundial. Pero ¿es eso cierto cuando tiramos a la basura al año 1.300 millones de toneladas de alimentos? Solo en España la producción agrícola es tan alta que la UE tiene que comprar el excedente para que no caigan los precios.
GRANDES RIESGOS PARA LOS AGRICULTORES, CONSUMIDORES, SALUD Y PLANETA:
Las semillas híbridas y las transgénicas no conservan las características deseadas tras el primer año de producción. Su rendimiento se expresa en una sola generación. No se puede, como se hacía tradicionalmente, dedicar una parte del cultivo a producir semilla para el siguiente año. Las semillas procedentes de esos tomates gordos y bonitos producirán numerosas plantas sin apenas frutos y tomates malos y secos. Así los agricultores dependen de la empresa productora de semillas que por la propiedad intelectual de patentes tendrá exclusividad.
El cultivo intensivo y el monocultivo emplea mucha agua y desertifica el suelo eliminando muchos nutrientes. Es necesario un elevado uso de fertilizantes que hace al agricultor más dependiente de las empresas que lo producen, las plantas son más débiles y los frutos más pobres. De esos fertilizantes, una parte es absorbida por las plantas pero otra es lavada por el agua de riego y es arrastrada a las capas de agua subterránea contaminándola y creando un exceso de algas y otras plantas en ríos y lagos.
Por otro lado, al tener todas las plantas del monocultivo similar información genética son vulnerables a las mismas enfermedades y plagas. Y para evitarlas se utilizan grandes cantidades de pesticidas, insecticidas o fungicidas pues una plaga o enfermedad supondría perder toda la cosecha.
Como ocurría con los fertilizantes, todos esos productos contaminan el agua subterránea, ríos y lagos y en muchas ocasiones aún quedan trazas en la comida que ingerimos. Muchos de esos productos son cancerígenos, pero el poder de las multinacionales de semillas y productos fitosanitarios consigue que los gobiernos miren a otro lado, como se ha visto ahora que la Unión Europea ha permitido que se utilice el peligroso glifosato cinco años más.
El glifosato, herbicida cancerígeno
El producto estrella de los transgénicos de Monsanto es la variedad resistente al RoundUp o glifosato, un herbicida clasificado por la OMS como cancerígeno. El uso masivo de ese herbicida matará todas las plantas menos la transgénica. No olvidemos que el 35% de los cánceres están ligados a la alimentación. Ya en 1931 el científico Otto Heinrich Warburg recibió el premio Nobel por descubrir la causa primaria del cáncer: el cáncer es consecuencia de una alimentación antifisiológica y un estilo de vida antifisiológico.
¿Cómo afectan los transgénicos y las semilla mejoradas genéticamente a los agricultores más pobres y a los países en vías de desarrollo? Muchos de esos agricultores ven en esas semillas una vía de salida a su situación de pobreza y en un intento desesperado de cambiar su suerte dejan de cultivar la variedad de alimentos necesarios para dar de comer a su familia a lo largo del año y pasan al monocultivo transgénico. Pero si algo no va bien y se pierde la cosecha, el agricultor cargará con una deuda a la que no podrá hacer frente, pues hizo una elevada inversión en semillas y agroquímicos y, al haber cultivado un solo producto, lo perderá todo.
Son numerosos y documentados los casos de agricultores en la India que se han suicidado por no poder hacer frente a las deudas. Pero además, al no existir la tecnología y conocimientos adecuados, la aplicación de los agroquímicos se hace a mano y sin la protección adecuada lo que generado un notable aumento de enfermedades asociadas al uso de esos productos por los agricultores.
Además, con ese modelo agrícola se sufre una gran pérdida de biodiversidad. Hemos pasado de semillas con mucha información genética, adaptables a diferentes suelos, climas y biosistemas, a la uniformidad genética producida en grandes empresas. Las semillas ecológicas se contaminan porque las semillas transgénicas se expanden como cualquier planta, con el viento, los insectos… Hemos pasado de asociaciones y rotaciones de cultivos que protegían la producción agrícola, el suelo y los agricultores a grandes monocultivos que contaminan, desertifican y no sacan de la pobreza. Hemos pasado de la soberanía alimentaria a estar en manos de grandes multinacionales que controlan la alimentación que nos enferma y las medicinas que nos curan.
Fuentes: El Salto Diario
Agencia Biodiversidad