8 de febrero, 2022
La pandemia sorprendió a la escritora y profesora de literatura Zulema Lázaro con la obtención del segundo premio del Concurso Cuentos de Amor Silvina Ocampo coordinado por María Moreno. Sigue escribiendo y corrigiendo novelas, cuentos y participando del taller de Daniel Guebel. Su próximo libro saldrá este año por la editorial Penguin Random House y ya hay muchas expectativas para ver con qué se mete esta vez –siempre provocando y moviendo estanterías- en un panorama literario bastante chato que recién en estos últimos años se empezó a agitar un poco. Pero ella viene remándola desde que ganó el concurso Buenos Aires No Duerme. Publicó “Barbarella” y “El vaguito” en Milena Caserola. Infobae escribió: “La ópera prima de la autora recorre la vida de personajes defectuosos, abusados y abusadores, violentos y pervertidos, pero también amorosos, que deambulan en Buenos Aires. Aquí el cuento que da nombre al libro y el prólogo de Julia Saltzmann.
La prestigiosa editora (Saltzmann) dijo sobre su primer libro: “Porque surgen de napas profundas y oscuras, no se sabe si estancadas o tumultuosas, y salen a la superficie con una fuerza que no es común. Y me gustan estos cuentos, sobre todo, porque su narradora, que lo irrespeta casi todo, muestra un respeto total por lo más humano: la lengua, y la suya es muy propia, robusta, torrencial y plena, una lengua del exceso que se usa para contar con placer el lado más oscuro de la vida”.
Contanos a cerca de alegrías que te
hayan deparado el 2021.
Un
notición para mí fue haber quedado seleccionada en el Concurso Cuentos de Amor
Silvina Ocampo de la mano nuestra gran lideresa y pitonisa literaria, María
Moreno. A eso se sumó la gran ayuda al recibir una Beca del Fondo Nacional de
las Artes. También el hecho de haber cerrado el año dentro de una antología de
cuentos junto a autores todos grosos parida como fruto de una pasión con Daniel
Guebel, su expertiz y su destellante Taller. Además, me dio placer poder
escribir prólogos, contratapas y mis mequetréficos papelitos sueltos al viento.
Desde aquel primer premio de
“Buenos Aires No duerme” hasta ahora ¿cómo te imaginabas el mundo literario y
con qué te fuiste encontrando?
Mirá,
antes de responder la pregunta debería armarte un referente contextual. Soy
bulímica, anoréxica y anfetamínica. Hablo en presente de esas categorías porque
son frentes con los cuales siempre hay que estar en tensión, en alerta,
no-relax. Esas tres patologías son cinco en porque van de la mano de la
depresión y de una depreciada autoestima. Luchar contra de depresión es como
luchar contra un mundo subterráneo merodeador de toros atroces y atropelladores
que te atropellan. Es mentira que la depresión se cura: la depresión permanece
bajo cada hematíe, subyace bajo el cortisol, debajo de tu ectodermis y arriba
de tu endodermis. La depresión es como una bichera del perro, la perra que soy
yo misma. O como un parche caliente que se va llenando de moscas. Primero son
globos gigantes como forros inflados y descartados en El Caix y después son
miles de larvas que siguen trabajando sobre el hueso para carcomerlo y dejarlo
en llaga viva. Salir de la depresión es una saga infinita. La depresión puede
mejorarse pero no curarse y en mi caso la depresión es aliada, es como una
prima hermana que me ayuda a escribir, que me pasa tácticas como el Diego le
pasaba al equipo que él armaba con una sola mirada. La diferencia es que depre
no se gambetea: ella vive por y para gambetearte. Lo único que te rapta por
veces de ese nido de ratas que te creaste vos misma sos tu analista, tu cumpa
de ruta, lxs hijxs. En mi caso es una hermosa joven de la cual estoy infladamente
orgullosa.
Pero
iba a por esto: para cuando recibí el Premio Buenos Aires no Duerme (con su
correspondiente edición en Eudeba) yo era una sujeta muy diferente a la que
soy. Durante diez años consecutivos todos los días las ingería. Anfetas para no
comer, anfetas para divertir, anfetas para coger, anfetas con alcohol, anfetas
para convidar, anfetas para robarle a amigos, anfetas para respirar, ser,
encandilar. Recuerdo que pensaba que mi obligación era salir cada noche porque
sentía la seguridad que me esperaban cuando en realidad nadie me esperaba
porque estaba más loca que un plumero. No dejar de recorrer las discos y
fiestas de moda (América, Búnker, El Dorado, El Moroco, Teleny, La Age, La
Nave, Bolivia, Las Condon Club) era una obligación moral. En realidad, ahora
que lo pienso sí me esperan y eran mis amigas de gran corazón y siliconas: las
chicas travestis que me rebancaban desde su lugar creativo de ser obras de arte
andantes, de ser magnánimas creaciones mutantes para cualquiera que quisiera
apreciarlas. Las veía así, me fascinan, las veía como pequeñas-grandes
instalaciones con dos patas, dos brazos y apliques, porque en esa época no
existían las extensiones. Maravillosas. Era
el 92, 94, 96 y hablo así, cada dos años porque uno lo vivía en fiesta perpetua
hasta desvanecer y al siguiente debía guardarme. Recuerdo que eran años del
menemato con toda esa friolera que yo no podía definir si me fascinaba o
espantaba. De repente te encontrabas cenando en El Dorado a Franco y Mauricio Macri
con una modelito y a la hora de levantarse las mesas para la disco desaparecer asustados
y borrachos pero de buen Don Perignon, cuando todxs eran una rotas que
empedadas con cualquier tinto torraja. Sin embargo, amábamos nuestra pobreza,
nuestra simplicidad y dignidad y pensándolo bien no estaba mal porque con
nuestras almas cascoteadas hacíamos con lo que teníamos lo que podíamos, lo que
no es poco. Al toque llegó el 98 y recibí el Premio de la mano de Lopérfido. Me
acerqué al oído y en vez de agradecerle le pregunté si quería llevarme a coger.
¡Qué horror, qué vergüenza siento haber sido premiada en su gestión! Tener el
nombre de La Rúa y de ese hijo de puta en los créditos del libro (alguien del
deleznable Grupo Sushi que niega los desaparecidos, alguien que ningunea a las
madres y abuelas y nietos) me revulsiona el estómago más que si me metiera los
cuatro dedos en la boca, por pacato, obsoleto y pusilánime, pero son cosas de
la vida y ¡que Dios, Buda y la patria se lo perdonen! El pueblo no, porque
tiene memoria.
Decía que ese premio más que aclararme
cuestiones me oscureció porque estaba premiando mi enfermedad. Recuerdo bien la
secuencia. Mi vida era un escochambre, todavía me sorprende el hecho de ser una
sobreviviente cuando he perdido una larga lista de amigas que hicieron honor a
la noche de los 90 como La Daiana, La Cecilia, La Marcelita, La Berta, Pía,
Belén y tantas notables figuras (y no figurantes de segunda línea como pueden
verse ahora) que le dieron, como guantazo, brillo y esplendor, moda y desenfado
y atrevimiento al detestable modelo de Carlos Saúl, de quien no me atrevo a
pronunciarlo como presidente, ya que lo considero un señor más, pero ojo, un
señor oscuro, despilfarrador nefasto cuya lema cavallense era “¨todo lo que
está en manos del Estado debe estar en manos de privados”. ¡Qué horror!
Perdón
siento que me fui de tema. Tiendo a la digresión, pero no me espanta, porque de
eso se trata la literatura. La literatura es detención, divagación, digresión en
estado de imperecedera festividad a donde todos estamos invitados.
Cuando
vos me decís cómo me imaginaba el mundo literario tengo que responderte que no
lo conocí porque 20 años escribí en la más oscura de las soledades ya que tenía
mucho a mostrarme, porque había engordado y por fantasmas y brujas demoniales. Encontré un amor -un genio creativo que me
recupera y que aún me acompaña- y el salir afuera me aterrorizaba porque era una
invitación hacia un lugar tanático de frenetismo y desmesuración.
Qué cosas te gustan y cuáles no de
este mundillo (literario) que parece tan grande pero en definitiva también es
un círculo muy pequeño…
Hay
cosas fascinantes que aparecen. Por ejemplo, haber participado en un grupo de
lectura fundante –ya que solo leíamos autores de los 90- que se llamó Mataron
a Kenny de la mano de la magíster Elsa Drucaroff. También hay cosas muy chotas:
un taller literario, el cual sostuve 3 años, en el cual se quería lucir el
profesor y yo salía llorando porque me hacía sufrir con sus sádicas
devoluciones o porque me acosaba y manipulaba con promesas vanas de una
publicación ya que asimismo era dueño de una editorial independiente. Por
suerte, esa experiencia quedó embalsamada en una obra en donde catarticé, pero
la catarsis no es sanitisante.
Como
contracara al mundillo literario de ñonos soberbios y atroces encontrás gente
cuya nobleza y fe en la literatura, como único arte increpante, llega a un
lugar inusitado. Ahí está Matías Reck de Milena Caserola, quien me recibió sin
ninguno de los prejuicios con los que me había encontrado en otros editores. Es
mi descubridor en lo bueno y en lo malo que porto. Él y Julia Saltzman hicieron
lo imposible para editarme. Saltzmann, Reck y mi pareja son un triángulo de
amor bizarro que me acompañaron en mis libros Barbarella y El Vaguito.
¿Hubo algún cambio en tu mirada, en
tus novelas y cuentos, por el contexto de pandemia que nos atravesó o nos sigue
atravesando?
Claro,
a mí estrechez de místicos encierros se sumó más estrechez a la estrechez del
infierno del encierro Covid. Yo amo encerrarme en escritura, es encierro para
luego ser rescate, pero este encierro se debía a todas las muertes que teníamos
a nuestro alrededor, a todo el terror de terminar nosotros o los queridos en
respirador artificial o en fosa.
¿Te sentís más cómoda escribiendo
novelas o cuentos? ¿Cómo abordas un género y otro?
Los
cuentos me fluyen, las novelas se me retoban como casquivos huemules. Es un
temor candy y galán, no un temor con rencor. Le temo a la novela así que mido
cada métrica narrativa con preciosismo de relojería y no porque me guste
hacerlo sino porque le temo y quiero gustarle porque la admiro cuando llega de
la mano de sus maestros.
La
novela es disipación mientras que el cuento es más asfixia. La novela es
oxígeno mientras que el cuento es dióxido de carbono, carbono que es flema,
larva y levadura absolutamente necesarias para que vivamos como lectores y como
escritores orondamente satisfechos.
El
cuento es apasionante es un arma en sí apoyada sobre la faena de la sien, en
esa arma nada puede sobrar a diferencia de la novela en donde nada puede faltar
y aunque no esté dicho directamente está latiendo en referencialidad. Adoro los
cuentos y los relatos, pero estoy en una etapa en donde todo lo que escribo lo
novelizo. Lo hago mal, pero por prepotencia de trabajo, como diría Arlt, algo
va quedando algo.
Sos muy prolífica y tenés mucho más
material del que vas publicando… Los que te leímos podemos aseverar que sos una
escritora muy creativa y con un alto potencial. Seguramente se te acerca mucha
gente para pedirte que le des tu mirada (desprejuiciada y liberada) a su
producción literaria, pero aparentemente no das talleres ni clínicas, siendo
profesora de literatura y con una fuerte formación. ¿A qué se debe eso? Digo,
no está escrito en ningún lado que tengas que dar talleres literarios, pero la
mayoría de lxs escritorxs argentinxs viven más de los talleres que de las
ganancias de sus libros…
A
una experiencia de taller pésima tuve otras hermosas: un taller con Paula
Jiménez España y otro con Leonor Hernando. Tenés mucha razón, no está escrito
en ningún lado, pero para mí es una delicatesen pendiente. Cuando llegue ese
momento será de ir a puro goce…
¿Qué autores y autoras fueron y son
influyentes para que puedas ir construyendo tu obra?
Hay
un largo horizonte que no de dejo de leer: Bolaños, Hemingway, Lemebel, La
Joyce, La Woolf, La Pizarnik, La Austin, Pablo Ramos, Sade, La Symns junto a
mis fetiches, las tres patriarcales duplas: Borges-Quiroga, Arlt-Cortázar,
Castillo-Tizón. No se me pueden pasar como indispensables disruptivas Las Brontë,
La Karen Blixen y La Laura Ramos con sus míticas columnas del Sí, Buenos Aires
me Mata y Ciudad Paraíso.
Pareciera que tenes cierta afinidad
con la gente con pocos recursos económicos, con mujeres maltratadas o que no
pueden gozar de su sexualidad a pleno, con lo que se suele llamar personas
marginadas en sí. Y pareciera que no tenés prejuicios a la hora de escribir,
algo que es muy valioso y que la mayoría de las personas no cuentan con esta
ventaja. ¿Cómo te ves vos en relación a la forma de tu literatura y al
contenido, a la temática?
Forma
y contenido van de la mano y eso te sale por más plan de escritura inverso y
paradojal que intentes. El fondo, la forma, la mecha, o sea, la cosa siempre
aparece a contrapelo aunque te vistas de reina y por eso existe la literatura,
hecha del material a la achura de palabras revulsivamente insurrectas que se te
sublevan, graciadio.
También sería interesante que nos
cuentes si aflora algún miedo o prejuicio a la hora de escribir, cosa que desde
el lado de lxs lectorxs pariera que no te sucede…
Cero
miedo, cero prejuicio porque solamente encuentro la calma en el desenfado,
desenfreno, desafuero, descarrileo, extraversión, exhibicionismo y espastiqueo
de empedestados y escaviados significantes que se me imponen cual swing. Si no
hay desconche y chacondoso swing no escribo.
¿Cuál es tu próximo libro? ¿Por qué
editorial saldrá? ¿Qué nos podes adelantar sobre ese libro?
Mi
próximo libro saldrá por Penguin Random House. ¡Placer! La trama va por otro
lado (la indigencia lamida, la que metabolizamos todos los días), que al fin y
al cabo es la misma, si unx se escucha, se honesta y se respeta. Mis textos son
muy transgénero y este no se escapa al transgenerismo.
¿Cómo ves el panorama literario
argentino?
Un
mundo grandilocuente, un grupo a lo Montaña Rusa muy endógeno, muy de amiguitos
y amiguitas que se citan entre ellos, que se leen entre ellos, toda una cohorte
de escritores en pose del artista y superioridad en donde se juega a los
noviecitos y un noviecito publica a su noviecita en su sello para que luego la
noviecita habrá una editorial camaleónica, la que publica a su noviecito y así
y así y así, todo con noviecitos y noviecitas, que más que conjurarse para leer
literatura se reúnen para leerse uno a otros como en frenética paja de niños
caprichosos. En vez de armar de tertulias literarias arman, como los noviecitos
y vecinos, asaltos para fascinarse entre ellos engolosinarse con sus plumas,
con sus vestidos del emperador literatura bajo el make-up de intelectualidad.
Me chupan un ovario, la vulva y las trompas esos. Ojo, no puedo decir todas
porque hay muchas que ennoblecer al quehacer literario de la Argentina, se la
re-bancan y ponen todas las que hay que poner.
Por Facu Soto