Cuando lo hacemos, cuando contemplamos el camino recorrido, muchas cosas toman una nueva dimensión. No sólo al observar el año sino los años, toda nuestra vida. Las experiencias transitadas se ven desde acá, no como hechos aislados sino como los componentes necesarios y entrelazados para que el hoy sea hoy.
Aquellas cosas que intuimos que debíamos o no hacer, las decisiones que nos costaron tomar y los eventos que surgieron casi sin planearlos y algunos disfrutamos y otros sufrimos, hoy todo lo podemos ver con sentido.
Se acerca Navidad y en nuestra mirada se refleja una Estrella que ilumina y guía a pastores, a reyes magos y a nosotros hasta el pesebre, donde nació Jesús. Donde “el Verbo se hizo carne y hábito entre nosotros” Jn 1.
Creo, profundamente, que esa Estrella es la Cruz sostenida por ese Niño hecho Hombre Resucitado y Asunto al Cielo. Un Dios atemporal se hace visible, se hace hombre en el tiempo, para que a partir de ese momento todas las generaciones siguientes se conmuevan con la sonrisa de un bebe que hace renacer a los corazones.
Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, en su libro Jesús de Nazaret dice: “En el saludo del ángel llama la atención el hecho de que no se dirige a María con la salutación habitual en hebreo, shalom -la paz esté contigo-, sino con la fórmula de saludo griega chaîre, que se puede traducir tranquilamente por «Dios te salve», como sucede con la oración mariana de la Iglesia, formada por frases tomadas del relato de la anunciación (cf. Lc 1,28.42). Aun así, conviene captar aquí el verdadero significado de la palabra chaire: ¡Alégrate! Podríamos decir que, con este saludo del ángel, comienza en sentido propio el Nuevo Testamento.
La palabra aparece nuevamente en la Noche Santa, en boca del ángel que dice a los pastores: «Os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo» (Lc 2,10). En Juan aparece de nuevo en el encuentro con el resucitado:
«Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor (20,20). En los discursos de despedida de Jesús en Juan aparece una teología de la alegría que, por decirlo así, saca a la luz la hondura de esta palabra. «Volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría» (16,22).”
Celebrar la Navidad cobra sentido cuando podemos dar gracias a Dios por haberse Revelado y habernos enseñado que la Alegría y la Paz que brota del Amor es posible, que Amar a Dios sobre todas las cosas es Amar al prójimo como a nosotros mismos. Ese Niño que nació como verdadero hombre y fue fiel a la revelación de su divinidad en cada etapa de su vida, no vino a abolir la ley y a los profetas, sino a dar plenitud. La Luz se encarnó para que, nosotros, podamos Ser en Dios.
Diciembre nos invita a girar y hacer un recorrido por todo el año que termina. También nos regala poder mirar con esperanza a nuevo año que llega. Un nuevo año para Ser en Dios, Camino de Plenitud y Abundancia. Todo puede suceder. Abramos el corazón y que renazca el Amor en nosotros, que quienes estén cerca nuestro disfruten de nuestra vida y nosotros disfrutemos la de ellos.
Que el abrazo de Dios se extienda a toda la humanidad a través de nuestros brazos. Que podamos ver la sonrisa de un niño y escuchar al ángel del Señor diciéndonos «La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel», que traducido significa: «Dios con nosotros». Mt 1, 23
Dios con nosotros, ¡Alégrate! Que así sea.*Coordinadora meditación Cristina [email protected]