Había nacido en 1937, un año después del Obelisco, ambos fueron parte emblemática de la noche porteña. Con 83 años corría serio riesgo y la pandemia se lo llevó junto a muchos personajes que seguramente habrán visitado sus instalaciones.
Ya el 2 de junio, cuando se cumplieron los 83 años de la fundación, la emergencia sanitaria había impedido la posibilidad de atender al público en sus salones. De la misma forma que a muchos otros comercios. Una cantidad de ellos, todavía no resuelta por las estadísticas, han desaparecido también. Llevándose con ellas miles de historias de vida de sus dueños que, seguramente se remiten a padres y abuelos. Todo el esfuerzo de generaciones fue fagocitado por el virus. Acompañando la pérdida de los más valioso que se pueda concebir, la vida de tantas personas. Desde marzo sobrevivía, a los tumbos, con la venta por entrega a domicilio o para llevar. No era suficiente para mantener los gastos fijos del local y la cantidad de empleados, unos 25. Ahora dijeron basta y cerraron las puertas. Se encuentran en proceso de liquidación de las indemnizaciones y otros temas.
Los empleados buscan alguna alternativa para poder salvar sus puestos de trabajo. Por ahora no hay solución posible. Queda recordar a este insigne lugar tan preciado por los porteños y turistas. Enclavado en una zona, con locales vecinos de parecidas características. Como hermanos, con la misma sangre y espíritu. Al ladito, Pepito, después Chiquilin, Bachin; conformaban los templos de los duendes. Abiertos hasta la seis de la mañana, de domingo a lunes. Al día siguiente, las puertas se abrían al mediodía. como corresponde a los desvelados trasnochadores. Buenos Aires, criticada por algunos y adorada por muchos, tuvo siempre la particularidad de ser cosmopolita. Por la cantidad de su población, tanto residente como en tránsito, que es muy grande. Eso genera actividad constante, diurna y nocturna. Por trabajo y por diversión. Por lo que sea. Una población estable de alrededor de 3 millones de porteños a la cual se suma diariamente una cifra similar que entra y sale por trabajo o turismo de la ciudad. Hacen un universo de unos siete millones de personas.
Esta gente, en algún momento necesita comer o tomar algo. Durante la noche, los lugares que siempre estuvieron abiertos, eran estos establecimientos de la calle Montevideo. Por esa callecita desfilan los duendes de la bohemia trasnochada porteña. Deben seguir caminando por la zona los espíritus de Troilo, Cadícamo, Leguizamo, Sandrini, Olmedo Portel, Bonavena, Gatica, Acavallo, Lecture, Spinetta, Pappo. Tantos que aportaron sus valiosas y profundas reflexiones mientras comían el imperdible plato de vermichellis con tuco y pesto. Especialidad de todas estas casas. Todavía siguen pasando por esas mesas con manteles de blanco papel. Los pizarrones para escribir lo que sea necesario recordar. Poesía, teléfonos, los jueces de la corte, la formación de un equipo de fútbol, el elenco de alguna obra teatral o película.
Muchos proyectos se han acuñado en esas mesas. Un ejemplo para ver el color de las costumbres de la época es lo que manifestó por twitter Martín Caparrós, cuando se enteró que estaba por desaparecer: “Me dicen que puede cerrar Pippo, uno de los restoranes más clásicos de Buenos Aires. Ojalá que no. Allí presenté, en 1986, mi primera novela, No velas a tus muertos, en De la Flor, donde estuvieron presentes Beatriz Sarlo, Debora Yanover ”. El “chuiquilin de Bachin”, la genial obra de Astor Piazzolla y Horacio Ferrer, más allá que nombra al chiquilin de Bachin está enmarcada en esta zona de la calle Montevideo donde terminaban el recorrido de la noche por trabajo o diversión comiendo las clásicas pastas o algún poderos bife de chorizo con fritas y huevos. En estos templos confluían todas las diversidades que andaban por las callecitas de Buenos Aires. Los que salían de los cines y teatros de Lavalle y Corrientes, venían desfilando por la «calle que nunca duerme» para recalar en alguna mesa con blancos manteles de papel de la calle Montevideo.
Allí se juntaban con los habitantes del trabajo nocturno como tacheros, el personal y protagonistas de las sales del espectáculo, cabarete y gastronomía, los trabajadores de cualquier turno noche, artistas poetas, filósofos, psicólogos, cabareteras, las floristas, los chiquilines, que iban de mesa en mesa. Toda la fauna nocturna del Buenos Aires desvelado aterrizaba por estas pistas. Siempre que se concurría a lo de Pippo o a cualquiera de los locales de la zona, era muy común encontrarse con muchos personajes populares. Alguna vez nos tocó compartir mesa con José Luis Perales, Olmedo, Pappo, por ejemplo. Por citar algunos de los comensales habituales. Seguramente, otros sobreviran al virus y cuando se normalice todo, volverán a atender a los clientes, quienes retornaran a ocupar sus mesas. No faltarán aquellos que nunca concurrieron, e irán para conocer el porqué de tanto encanto. Comer un simple plato de pastas con tuco y pesto, en cualquier lado se puede conseguir, lo que es difícil de reproducir es el espíritu mágico que esta costumbre porteña tiene encerrada en esos simples ingredientes. Eso se entiende recordando a los duendes de la noche que le dejaron a esta zona la aureola de sus sueños.
El día 2 de junio, cuando se cumplía el 83° aniversario de la fundación de Pippo, uno de sus dueños difundió este mensaje donde describe, mejor que nadie lo que significa: Pippo son los vermicelli, el tuco y pesto, un buen corte a la parrilla, los manteles de papel, el lugar de la primera cita, el lugar para juntarse con los amigos, el lugar de almuerzo, la pausa de trabajo. La calidad de la materia prima, la abundancia, y la elaboración propia de las pastas; comer comida casera, un ambiente íntimo, informal y cómplice, características que siguen siendo parte del sello Pippo”
Por Francisco Grillo
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