Por Patricia Sosa*
–Tratamiento paliativo –dijo el médico.
La pared del pasillo me atajó, mi mamá y paliativo en la misma frase, no podía ser. Necesitaba salir del hospital para respirar. Quería hablar con Leo y contarle. Cerca de la salida, vi la capilla y entré. Me repetía que mamá no tenía chance y lloraba. Estaba ensimismada hasta que alguien dijo mi nombre:
–Hola Julia.
Dije hola como pude. Miré al extraño: “El médico te dijo lo de tu mamá, lo siento. Estoy aquí para acompañarte”, ¿Quién sos?
–Soy tu ángel de la guarda.
Era alto -un metro ochenta-, tenía puesto un jean negro, remera de Mötley Crue y borcegos. Lo observé incrédula, mareada por la situación.
–Soy Ernesto.
–Ernesto tenés aliento a fernet.
–¡Te pido mil disculpas! Es que ayer salí con los pibes y no pasé por casa a cambiarme. Y no quería llegar tarde porque después me sacan el presentismo.
–No lo tomes a mal, pero prefiero estar sola.
–Mi deber es acompañarte en estos momentos.
–No necesito compañía, lo único que necesito es que mi mamá se cure, ¿podes ayudarme con eso?
–Lo lamento, está fuera de mi jurisdicción.
–Entonces no me servís.
–Disculpame la informalidad. Debería haber pasado por el uniforme blanco, pero no quería dejarte sola, me caíste bien.
–¿De dónde me conocés?
–Tu antiguo ángel de la guarda, que se jubiló hace poco, me pasó tu hoja de vida.
Me quedé callada, no sabía cómo hacer para irme o para lograr que él se fuera.
–Julia, necesito que confíes en mí.
–¿Por qué?
–Huy, pareces una criatura preguntando porqué.
–A mí no me hables así. Si tenés ganas de hacer tu trabajo, hacelo y si no, no me acompañes. Hace rato que no creo en Dios.
Ernesto se sentó en un banco. “Muchos de los que acompaño me dicen lo mismo”.
Necesitaba hablar con Leo y ¡encima iba a llegar tarde al trabajo! Él se puso de pie, parecía más alto. “Yo soy el consuelo. No sufrís sola. La muerte es parte de la vida. El dolor y el miedo se agigantan al comienzo y con el tiempo empequeñecen. El amor prevalece. Siempre”.
No sabía si creerle, me parecía que estaba frente a un loco y que yo misma ya no era yo, la cabeza se me había partido en dos. Paliativo. Me decidí a salir cuando Ernesto me impidió el paso, estaba a punto de gritar cuando vi cómo dos alas se desplegaban de su espalda y lentamente me envolvían en un abrazo. Nos quedamos así un rato. Después me solté.
Salí de la capilla sin mirar atrás. Busqué el celular, me estaba llamando Leo.
*Dedicado a la Doctora Lilian Resnik, mi ángel