Este notable médico, bioquímico y farmacéutico había nacido en París, Francia, un 6 de setiembre de 1906. Estudió medicina de la Universidad de Buenos Aires, y además cursó diferentes materias, como por ejemplo: biología, física, química y matemática en calidad de oyente en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales.
Fue investigador en las Universidades de Cambridge y de Washington. En 1948 se instaló definitivamente en nuestro país, donde invirtió lo mejor de sí para llegar a los objetivos propuestos: conocer los orígenes de una patología conocida por el nombre de Galactosemia, para poder evitar sus consecuencias: ceguera, locura o muerte en los pacientes que hereditariamente se encuentran inhibidos a la hora de poder asimilar el azúcar de la leche.
Entre los fundamentos para concederle el máximo galardón, la Real Academia de Ciencias de Suecia valoró el aporte de los trabajos e investigaciones llevadas a cabo por el Dr. Leloir en el área de las transformaciones químicas de la lactosa a partir de sus propios componentes, proyectos e iniciativas que permitieron lograr significativos avances en la medicina.
A poco recibir el Nobel, el 27 de octubre de 1970, Luis Federico Leloir señaló: “Los que no son científicos no entienden a lo que me dedico, de la misma manera que yo no entiendo de tantas otras cosas…Es muy difícil de explicar…pero tiene que ver con el metabolismo, con el comportamiento de las células, con complejas estructuras químicas…Es sólo parte de un camino hacia lo más importante: saber más”.
Los ochenta mil dólares del premio fueron donados por Leloir al Instituto Campomar para seguir avanzando con las tareas investigativas y que comporten hallazgos/descubrimientos.
Un ser humano profundo en cuanto a sus conocimientos, inabarcable, pero que cultivaba un marcadísimo perfil sencillo y austero. Quienes tuvieron el placer de conocerlo, recuerdan el guardapolvo gris que usaba. Mezcla rara de colegial, portero y oficinista…un pantalón de jean gastado, zapatillas y esa silla de paja-unidas por las patas con alambre para que se sostuviera en pie-que lo acompañó hasta sus últimos días.
Trabajaba alrededor de nueve horas pero continuaba corrigiendo y estudiando en su domicilio. Supo formar equipos, como así también, escuchar e incorporar los aportes de colegas.
Lejos de toda pose o actitud soberbia, Luis Federico Leloir no se cansaba de manifestar que tal vez “su mayor mérito fue haber perseverado en el laboratorio”
Falleció el 2 de diciembre de 1987 a los 81 años víctima de un ataque al corazón, a poco de llegar del trabajo a su casa.
Luis Federico Leloir, ¡un grande!
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